La pelota no se mancha
El paso de los años ha desgastado bastante lo que siento por el fútbol. Probablemente nunca haya sentido nada parecido a la pasión por este deporte, lo que debe haber ayudado a que se degrade con más facilidad mi apetencia por este entretenimiento de masas en la actualidad. Sin embargo, cuando era niño, la cosa era bastante distinta y puedo decir que sin ser un fanático -ya que había pasatiempos que disfrutaba mucho más-, el fútbol formó parte de mi crianza de alguna u otra forma. Habiendo crecido como un varoncito en el conurbano bonaerense, difícilmente podías evitar juntarte con amigos en la esquina para jugar un 25, o que durante la última media hora de gimnasia en el colegio se arme un partidito, o incluso ir a la plaza y sumarte a un picadito porque faltaba uno. Aun con mi total ausencia de talento en los pies, si no fue pateando la pelota, el fútbol atravesó mi socialización ya sea a partir de juntarme con amigos a jugar al Super Star Soccer en la Sega Genesis (o peor aún, al Goal en el Family), ver futbol de primera los domingos a la noche en la reunión familiar en casa de la nonna o al juntarme a ver partidos de la selección en la casa del pibe del barrio que tuviera la TV más grande. Habiendo crecido en Argentina, resulta casi inevitable que el fútbol te cruce de manera fundamental en algún punto de tu vida.
Despelote es una oda a esa fundamentalidad en la vida de todo niño varón latinoamericano. Digo varón, porque por suerte eso está cambiando y cada vez más mujeres están disfrutando de este noble deporte, pero la participación femenina no era una práctica habitual ni difundida durante mi niñez (ni la del protagonista, aunque el juego se esfuerza en retratarla). Y digo latinoamericano, porque este juego se desarrolla en Quito, Ecuador, pero muchos de los detalles que retrata del vínculo social entre la gente y el fútbol se sienten absolutamente familiares, como si este deporte y lo que lo rodea, fueran transversales a la sociedad de los distintos países de Latinoamérica, incluso con sus diferencias.

El título nos sitúa en distintos momentos de la vida de un niño ecuatoriano de 8 años, atravesados por su pasión por el fútbol y organizados sobre la base de un acontecimiento histórico en el Ecuador: la clasificación de su Selección Nacional a su primer Mundial de fútbol en el 2001.
Desde una perspectiva en primera persona, este niño llamado Julián, vive en carne propia la revolución que provocan en Quito, particularmente en su barrio y en su familia, los últimos partidos de las eliminatorias en los que la selección de Ecuador tiene chances reales de entrar al Mundial de Corea-Japon 2002.
Con una estética sencilla pero potente, el diseño del juego evoca la idea de estar viviendo un recuerdo. En un entorno en 3d moldeado sobre fotografías reales tratadas para verse monocromáticas, como si estuviéramos viviendo en las imágenes de un diario viejo, podemos movernos libremente por el aula de nuestro colegio, nuestra casa o incluso nuestro barrio para llegar al parque. Los personajes tienen un tratamiento más del estilo de dibujo a mano tipo historieta pero con trazos simples, que parecen recortados y pegados sobre el fondo. Lo mismo que nuestras manos o pies en la vista de primera persona y todos los objetos con los que interactuamos, inclusive la pelota. A pesar de ser estéticamente distintos, ambos estilos combinan perfectamente y no se los nota para nada forzados.
El diseño y la posibilidad de exploración son acompañados por la mecánica principal del juego: patear una pelota (o cualquier otro objeto como si de una pelota se tratase).

Hay que decirlo, patear la pelota con el stick derecho, moviendolo primero hacia atrás y luego rápidamente hacia adelante como si estuvieras manejando tu pierna, al principio se siente raro. Pero una vez que te acostumbras, se vuelve una acción cada vez más natural y profundamente inmersiva si la combinas con el espectacular apartado sonoro, que acompaña cada pateada con el sonido tan característico de tu pie golpeando la pelota. Ni hablar de lo lindo que se escucha cuando la pelota golpea un alambrado, o rebota rápidamente entre varios objetos. Si a esto, le sumamos la física y el realismo con el que la reacciona a nuestros golpes, los rebotes y la interacción con el entorno, la experiencia es hermosa.
Pero si únicamente se tratara de esto, el juego rápidamente se volvería aburrido. La clave de Despelote es el contexto en el que pateamos la pelota. Ya sea en el parque, en el living de nuestra casa, en un videoclub o en un cumpleaños, la mecánica de patear siempre va a estar acompañada de las vivencias de un niño mezcladas con el revuelo social generado en Ecuador por aquellas eliminatorias del 2001.
Quiero describir brevemente mi experiencia con solo una pequeña parte de uno de los capítulos del juego para poder graficar mejor a lo que me refiero.
Nuestra mamá nos deja en la plaza del barrio jugando porque tiene que ir a hacer unas compras. Nos dice que volverá a las 18.30. Miramos el banquito de plaza donde estamos sentados, agachamos la vista y vemos que nuestro reloj de muñeca dice que son las 16.30. Tenemos 2 horas del juego para hacer lo que queramos (que transcurren más rápido que en la realidad, por lo que debemos revisar el reloj con cierta frecuencia). Nos movemos hasta una zona donde hay unos niños alrededor de un árbol. Entre las ramas se ve una pelota atascada. Los niños intentan bajarla, pero no pueden. Ves una rama tirada en el suelo. ¿Se puede agarrar? Parece que sí. ¿Y si se la arrojo a la pelota a ver si del golpe la bajo? Lo hacés, pero la pelota no cae. Los niños sugieren tirarle un piedrazo, pero no se ven piedras. Luego dicen de buscar una silla para trepar el árbol. Recorres los locales de los alrededores de la plaza para ver si hay una silla. No la encontrás, pero en el recorrido te cruzas con gente escuchando el partido de Ecuador en la radio, o viendo a la selección en sus Televisores. Si te acercás a las pantallas, podés ver el partido, con imágenes reales de aquellos encuentros bajo el mismo tratamiento estético tipo foto monocromática que tiene el resto del entorno. Mientras volvés, sin la silla, escuchas los comentarios de los adultos acerca del partido y de la emoción que les causa pensar en que Ecuador pueda ir al Mundial. Ves a unos cuantos chicos jugando con otra pelota, vas a buscar esa pelota y pateandola contra el árbol, intentas varias veces golpear la pelota que sigue colgada en las ramas para bajarla. No lo logras. Ya son las 18.30 y se escucha a lo lejos: -¡Junliaaaaaaaan!- tú mamá te está llamando y te espera en el banquito donde te dejó, para volver a casa.

Contar mucho más que esto puede llegar a aminorar el impacto que pueda tener experimentarlo por ustedes mismos, y mis intenciones están lejos de eso. En definitiva, cada capítulo de las prudentes poco más de dos horas que dura el juego consiste en alguna vivencia como la descripta. La actividad que cualquier niño podría tener durante su infancia, pero acompañada de alguno de los partidos de Ecuador en las eliminatorias y la reacción social alrededor de esto.
Según mi punto de vista, dos cosas merecen ser destacadas en este marco. En primer lugar, los diálogos en español con acento ecuatoriano me resultaron excelentes. Ya sea escuchando a los que miran y comentan lo que pasa en los partidos, a los que están tirados tomando sol en la plaza o a nuestros padres discutiendo en la mesa, todo se siente muy orgánico y te mete de lleno en la experiencia. El murmullo en los ambientes, el manejo de la distancia de donde proviene cada voz y como todo varía cuando te acercas y te alejas es realmente espectacular. Las actuaciones de voz se sienten súper naturales y a la vez familiares. Escuchar a tus padres desde el asiento trasero del auto discutir sobre si está bien poner una tele durante el cumpleaños de un familiar porque justo va a estar jugando la selección de Ecuador durante el festejo, es una conversación que se siente tan real desde Argentina que resulta imposible no empatizar mediante algún recuerdo propio.
Por otro lado, antes de comenzar cada capítulo, el narrador, Julián ya de adulto y siendo el desarrollador del juego, nos ofrece un poco de contexto histórico. Si, al entorno de nuestras acciones como contexto se suma un narrador que nos brinda la información necesaria para comprender los acontencimientos políticos y economicos que rodean el momento. Como suele suceder en los países de Latinoamérica, la política y la economía tienen un protagonismo muy particular en nuestra vida y me parece acertado intentar dar cuenta de esto en el juego. La hiperinflación en el Ecuador de principios de este siglo, la dolarización, la violencia y la crisis política de esos tiempos, aparecen para darle cierta complejidad y un color muy especial a las vivencias de ese niño que el juego quiere que seamos, y el narrador se encarga de hacernoslo llegar a partir de un relato con un tono personal, pero cargado de datos históricos.

El conjunto de todo esto hace de Despelote, una experiencia que logra su objetivo: transmitir los recuerdos de aquel hito histórico de la selección ecuatoriana de forma que el jugador pueda experimentarlo de propia mano desde la mirada de un niño que ama el fútbol. En ese viaje, la pasión por este deporte y su relevancia a nivel social en países como el nuestro, se ven retratados como pocas obras logran hacerlo, con una frescura y una nostalgia que recomiendo probar, sobre todo, si el fútbol representa para vos mucho más que veintidós tipos pateando una pelota.
Despelote fue desarrollado por Julián Cordero y Sebastian Valbuena, y fue lanzado el pasado 1 de mayo de 2025. Esta disponible en Playstation 4 y 5, Xbox Series X/S y Steam (PC).