La luz de un faro que vale la pena seguir

La luz de un faro que vale la pena seguir

En la Xbox Game Showcase de 2025, Double Fine, el estudio encabezado por nada menos que Tim Schafer, nos sorprendió con el adelanto de un juego muy particular. El protagonista era un faro con patas que recorría, con mecánicas de plataformas, escenarios de estética onírica y una belleza inusual. La premisa se veía curiosa y audaz, pero viniendo del estudio liderado por el genio detrás de Day of the Tentacle y Psychonauts, la promesa era grande.

El pasado 17 de octubre, esta pequeña maravilla fue lanzada día uno en Game Pass (disponible desde su estreno para suscriptores), y pudimos jugarlo completo para contarles nuestra experiencia.

Aquel tráiler resultó ser una representación fiel de lo que Keeper propone: una experiencia original, simple y hermosa, que explota lo mejor del arte de Lee Petty (director artístico detrás de Brütal Legend y Broken Age).

El juego comienza en un mundo de fantasía invadido por la oscuridad, donde Ramita, un pájaro verde, se refugia en un faro para protegerse de unas temibles criaturas. En el momento en que el ave toca la construcción, esta cobra vida. En una secuencia tan extraña como fascinante, el faro comienza a resquebrajarse y moverse como si fuera una criatura viva. Los primeros pasos son torpes, como si estuviera aprendiendo a desplazarse. Esa sensación se transmite no solo desde lo visual, sino también al control: manejar a este espécimen de cemento que se tambalea como un tentáculo se siente tan inusual como cautivante.

Ese primer compás es apenas la punta de un iceberg que desde el inicio deja en claro que estamos ante una experiencia muy particular. Esos movimientos iniciales marcan el comienzo de una aventura que no deja de evolucionar en todo momento. Tanto en lo mecánico como en lo artístico, Keeper tiene como premisa el cambio y la sorpresa.

Double Fine narra la odisea de este faro y su amigo Ramita sin una sola línea de texto, sin diálogos, sin instrucciones ni tutoriales. La dinámica de los escenarios y una serie de breves y bellas cinemáticas —dignas de una película de animación— cuentan una historia simple pero cargada de emoción. Esa ausencia de narración explícita abre espacio para la interpretación: cada jugador puede llenar los silencios con su propia lectura emocional.

En términos de mecánicas, Keeper es difícil de clasificar. La aventura evoluciona constantemente, y describir demasiado sería arruinar la sorpresa, que es parte esencial del viaje. Solo diremos que las mecánicas iniciales —que giran en torno al movimiento del faro y la cooperación con el pájaro— se expanden de maneras inesperadas a medida que avanzamos.

La resolución de puzzles es el corazón del gameplay. A partir de las acciones del faro, la ayuda de Ramita y alguna que otra mecánica adicional (que vale la pena descubrir por cuenta propia), deberemos interactuar con los escenarios para resolver acertijos y abrir nuevos caminos. Ningún puzzle está sobreexplicado: lo que hay que hacer se intuye con una mirada atenta. No son triviales, pero tampoco frustrantes. Keeper apuesta a que el jugador piense, explore y resuelva sin romper la fluidez del avance.

A medida que progresamos, el juego alterna momentos de contemplación con desafíos que nunca buscan castigar, sino mantenernos atentos. Es una experiencia que no exige precisión, sino curiosidad.

Estéticamente, es impecable y probablemente lo más impactante a primera vista. Los paisajes oníricos, los colores que varían según cada zonay los espacios que por momentos rozan lo abstracto conforman una gran variedad de escenarios coherentes dentro de un mundo artístico profundamente pensado. En más de una ocasión, vale la pena detenerse a observar: las criaturas exóticas, los juegos de luces y la composición visual convierten cada escena en una pequeña obra de arte. El conjunto nos invita a perdernos en un universo que respira arte y vida en cada rincón.

Keeper es, sin dudas, uno de los tapados del año. Un juego que probablemente pase desapercibido entre lanzamientos más ruidosos, pero que en sus breves seis o siete horas ofrece una experiencia hermosa a los ojos y cálida al corazón. Su arte, su simpleza y su forma de narrar sin palabras componen un viaje de apenas 6 o 7 horas, pero lleno de momentos que se quedan grabados.

Double Fine nos recuerda que no hace falta grandilocuencia para emocionar: basta una buena idea, una dirección artística inspirada, el valor de apostar por algo distinto –y el dinero para financiarlo-. Keeper es de esos juegos que quizás muchos no jueguen, pero quienes lo hagan se llevarán algo más que una historia: se llevarán una sensación.